¿QUE PUEDEN LAS PEQUEÑAS ACCIONES?
REFLEXIONES SOBRE ESTRATEGIAS DE APROPIACIÓN Y RESISTENCIA DESDE LO COLECTIVO
ASP’C en la TRASERA
Facultad BBAA de la UCM
“El nombre propio no designa al individuo: al contrario, un individuo sólo adquiere su verdadero nombre propio cuando se abre a las multiplicidades que lo atraviesan totalmente, tras el mas severo ejercicio de despersonalización. El nombre propio es la aprehensión instantánea de una multiplicidad. El verdadero nombre propio es el nombre íntimo, el que se expresa en la multiplicidad.” [1]

Figura 1. Mujeres tejiendo, 1960.
La volatilidad del mundo contemporáneo y el avance de un capitalismo atroz, que propugna una sociedad individualista, es indisociable con la destrucción de las estructuras de apoyo mutuo y reciprocidad típico de las sociedades tradicionales, y que construían el denso tejido social preciso para la construcción de subjetividades, esto es, de singularidades plurales.
Valoramos las relaciones personales y afectivas por encima de todo y temerosos del mundo hostil que encontramos en el trabajo, en la política y en la calle, dice Carolina del Olmo[2], construimos refugios donde protegernos, cuidarnos y ser afectivos, pero donde, a pesar de ello, la agresividad del mundo se cuela y va minando nuestros proyectos vitales.
Y es que este tejido denso al que nos referíamos en relación a las sociedades tradicionales es imprescindible hoy para asegurar la frontera entre el dominio público y el ámbito privado. La inexistencia de la frontera entre lo público y lo privado, supondría la perdida de toda libertad y la consiguiente imposición del silencio, lo que nos llevaría al ensalzamiento de lo que Holmes ha venido llamando “ciudadano lacónico” [3] -el mudo ante el lenguaje de la polis- y que es, en definitiva, un ser humano sin intimidad.
La intimidad ha sido desterrada junto a lo privado fuera del campo de la excelencia, que es el de lo social, lo público, el de la polis, y relegada al lado de lo doméstico, lo familiar, donde lo privado es devorado por la publicidad, aniquilado por la luz de lo público. Y, es por ello, quizás, como resistencia a esa acción demodelora, por lo que podemos observar, cada vez más habituales, pequeños procesos de intimidad colectiva en la esfera de lo social y que podríamos como una forma de retomar la excelencia del ser humano, desde la colectividad y la utilización de la lengua, esto es, sin enmudecer.
Aclaremos, que hablamos aquí de una intimidad que no se puede dar sin los otros, el lugar de experiencias otras, un lugar para una experiencia del tiempo, de la afectividad, de la vida fuera de la cosificación, que se produce desde lo grupal, desde la tribu donde se enmarcan relaciones de compromiso. Es necesario y urgente conocer “por contacto, por proximidad” [4], como así también lo es rescatar el cuerpo, la afectividad y la conciencia del tiempo propio, que sentimos nos ha sido rebatado, y todo ello, para la recuperación de nuestra lengua. El no querer enmudecer es lo que nos exige la creación de nuevas comunidades afectivas en las que poder poner nuestros cuerpos a la resistencia, al roce, al rozamiento con los otros y con uno mismo, para sentirnos vivos (inclinados), donde después de cada inclinación el “cuerpo del atleta tenga que inventar una postura diferente para mantenerse en equilibrio, un equilibrio siempre precario e inestable.” [5]
Nos dice Pardo “las leyes de la comunidad (leyes naturales y culturales) no están inscritas en el espacio público sino inscritas en el lugar íntimo o en la piel interna de la afectividad, inscritas con esas huellas que remueven nuestras entrañas cuando escuchamos nuestras historias, nuestras canciones, esas canciones e historias que hacen que la vida nos sepa y nos suene porque nos la sabemos de memoria o, como se dice en algunas lenguas, de corazón (…) [son] nuestro lugar común, la tierra de los hombres hecha de cuentos, cantos y figuras” [6].
En este sentido, lo que un lector o un espectador o alguien que participa con su escucha puede llegar a saber de un personaje de una novela o una obra o un relato no es únicamente el contenido de su privacidad (aquello que se hace en casa puertas adentro, que se tiene derecho a mantener en secreto y que es siempre objetivable), sino también su intimidad: el modo en que ellos se sienten a si mismos. Pero su conocimiento, a diferencia de la privacidad, no la destruye, ni la viola o profana, sino que la comunica. Hay una sensación de estar en la intimidad con la intimidad del otro, que es expresada y sentida no sólo en soledad, sino necesariamente en colectividad desde lo social. Es en definitiva esta narración que nos hace no enmudecer la que hace que la intimidad se produzca, y para su existencia es imprescindible que se de con el otro. Y es justamente esto lo que puede ser trasladable a las practicas artísticas o sociales que se vienen produciendo en la apropiación del espacio público (entendido este en su amplitud) y que algunos lo han llamado social engaged art.
Es por ello, que invitamos a reflexionar sobre estos posibles procesos de intimidad que se pudieran estar produciendo en el ámbito de lo social mediante diferentes prácticas colectivas, artísticas o no, y que promueven la creación de pequeños patchworks, tribus o microsistemas que nos permiten constituirnos desde nuestra subjetividad.
Así mismo, se ha querido inscribir estos encuentros en el entorno de la educación universitaria, por ser un marco propicio para la investigación y generación de conocimiento, y así también dar a conocer otras formas emergentes de producir y plantearse lo colectivo, mostrando los procesos y significación de los mismos como dispositivos de conocimiento y resistencia.
Franni escucha una emisión sobre los lobos. Yo le pregunto: ¿Te gustaría ser un lobo? Respuesta altanera: ¨Qué tontería, no se puede ser un lobo, siempre se es ocho o diez, seis o siete lobos. No es que uno sea seis o siete lobos a la vez sino un lobo entre otros lobos, un lobo entre cinco o seis lobos.¨[7]

Figura 2. Día de Patchwork en la calle (2012) Manoli Cano.
Y volviendo al titulo del primer encuentro, queremos abrirlo con las siguientes preguntas ¿dónde están nuestros patchworks? ¿cómo construirlos? ¿podría ser a través de estrategias de resistencia colectivas y colaborativas que operan desde procesos de intimidad como una posibilidad de reensamblaje de lo social? ¿prácticas artísticas o multidisciplinares? ¿qué se necesita para producir implicación y compormiso para qenerar colectivo o colaborativo?

Figura 3. Notas en papel, Landskip, la producción del espacio. (s/f) Henri Lefebvre.
Pero para ello, también nos debemos preguntar ¿qué es el espacio público?. En un principio la idea nos remite a esos espacios colectivos de un entramado urbano (calle, plaza, vestíbulo, centros, andén, playa, parque…), entornos abiertos y accesibles sin excepción, en los que todos los presentes miran y se dan a mirar unos a otros, se relacionan; en los que se producen todo tipo de agenciamientos, unos microscópicos, otros tumultuosos, a veces armoniosos, a veces polémicos.
Podríamos decir que es un espacio que sólo se produce como resultado de los transcursos que no dejan de atravesarlo y agitarlo y que, haciéndolo, lo dotan de valor tanto práctico como simbólico.
Al ser un espacio de todos, no podría ser objeto de posesión, pero sí de apropiación. Ahora bien, ese principio de libre accesibilidad, del que depende la realización de la naturaleza de este espacio en tanto que público, se ve matizado en la medida en que quienes se arrogan su titularidad –la Administración, que entiende lo público como lo que le pertenece– puede considerar inaceptables e inadecuados –es decir inapropiados– ciertos usos que no se adecuan a sus expectativas de modelación de lo que deberían ser los escenarios sociales por excelencia. Se trataría, de lo que Lefebvre denomina, espacio concebido[8], en el que se pretende reducir lo vivido a lo visible, a lo legible, produciéndose así una falacia de transparencia espacial. Se trataría, en este caso, de un “espacio pre-existente a los actores, que no tendrían más preocupación que situarse en su lugar” y donde, bajo esa apariencia transparente, se oculta la existencia de un determinado orden del espacio que dista de ser tan simple e inocuo como se pretende y cuyo significación pública se desvanece y deviene por tanto inhabitable.
Pero ese espacio debe poder ser apropiado para la recuperación de un lugar para la excelencia del ser humano en los términos señalados por Hannah Arendt [9]. En este sentido, el término apropiarse puede asemejar a habitar, ya que apropiarse sería convertir el espacio vivido en lugar, y como señala Lippard “los lugares son los recipientes de lo humano […], (y) un lugar tiene siempre algo de hogar dentro de sí” [10]. Es, por tanto, fundamental la recuperación de una noción de valor de uso del espacio público que permita reconocer sujetos no limitados a su papel como consumidores.
La actual idea de espacio público y su proceso de privatización y mercantilización lo han resignificado y dejado vacío, sin contenido. Donde antes había una plaza en la que los niños jugaban o la gente se relacionaba, ahora hay un mercado medieval o una muestra de arte público con un aparcamiento subterráneo bien vigilado. De esta forma, el espacio público que era entendido como un lugar de reunión, de conflicto, donde las personas se relacionan de forma espontánea, un espacio “usado”, habitado; ahora se ha convertido en un espacio de tránsito, ya sea para acudir al trabajo, al centro comercial o a casa.
Como dice Pardo “La comunidad es el afuera de la ciudad –sus afueras-, como la intimidad es el afuera del lógos, del lenguaje público y argumental, pero ese afuera está en el corazón de la ciudad, del mismo modo que la intimidad esta en el corazón de todo argumento lingüístico. La comunidad es el limite a la ciudad como la publicidad es el limite de la intimidad, pero ese limite no significa negatividad o imposibilidad, sino aquel punto donde algo comienza a ser posible: la comunidad es la condición de posibilidad de la ciudad, como la intimidad es la condición de posibilidad de la publicidad, el contrato natural pervertido por el contrato social (y viceversa). [11]
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[1] DELEUZE, G. y GUATTARI, F. (2002). Trad. José Vázquez Pérez. Mil mesetas. capitalismo y esquizofrenia. (5a. ed.) Barcelona: Editorial Anagrama. p. 43.
[2] DEL OLMO GARCÍA, C. (2013)¿Dónde está mi tribu?: maternidad y crianza en una sociedad individualista. Madrid: Clave Intelectual. p. 57.
[3] HOLMES, S. (1984). Constant and the making of modern liberalism. New Haven y Londres: Yale University Press. p. 91.
[4] BREA, J. L. (2009) El tercer umbral. Estatuto de las prácticas artísticas en la era del capitalismo cultural. [versión electrónica]. Murcia: CENDEAC. p. 100. Recuperado el 19 de abril de 2014, de http://www.slideshare.net/Demian33/jose-jose-luis-brea-el-tercer-umbral
[5] PARDO, J. L. (2004). La intimidad. Valencia: Pretextos. p. 270.
[6] Ibid. p. 50.
[7] DELEUZE, G. y GUATTARI, F. (2002). Op. cit. p. 45.
[8] LEFEBVRE, H. (2013) trad. Emilio Martínez Gutiérrez. La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing. p.70.
[9] ARENDT, H. (1998), La Condición Humana. Barcelona, Paidos.
[10] R. LIPPARD, L. (…) Mirando alrededor: ¿dónde estamos y dónde podríamos estar?. En: Modos de hacer. Arte crítico, esfera pública y acción directa. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca.
[11] PARDO, J. L. (2004). La intimidad. Op. cit. p. 288